Diario de un proyeccionista 3/ La cabina

Debía hacer como cinco meses que no veía a Diego. Diego es un brillante programador informático (aún sin tener idea de lo que es ser un programador informático) y además, un mejor amigo desde hace un montón de veranos. Esta Nochevieja no pudimos estar juntos y claro que lo eché de menos. Desde que se largó a Madrid le he prometido un centenar de veces que me pasaría por su piso de Lavapies pero el puente aéreo nunca me funciona de modo que cuando ayer me lo encontré aquí me llevé una enorme sorpresa. Normal. Nos pusimos al día. Él sigue sin tener mucha idea de programar ordenadores, yo aprendo a poner películas. Él está mucho mas delgado, menos pelo. Yo... yo no sé. Hablando con él me dí cuenta de lo "romántico" que suena todo eso de ser proyeccionista de cine. Giusseppe Tornatore tiene la culpa, claro. "Cinema Paradiso" mitificó la cabina de proyección y ese foco de luz blanca que proyectada sobre una pared, hace que cobren vida las historias más extrañas, fascinantes o terroríficas. La cabina como espacio que te aisla de la realidad y sus titulares: dieciocho muertos por inhalación de gas, liberalización de horarios en los pubs del Reino Unido, el Papa que se recupera otra vez, el Barça que pierde en el Camp Nou después de tantos años... La realidad del oficio de proyeccionista, sin embargo, dista bastante de lo que nos contaba Tornatore. La realidad pasa por diez horas de embargo, esperando que "Alejandro Magno" termine de conquistar la India, por ejemplo. En realidad, son peros, a un trabajo que disfruto a cada minuto, que me revela una y otra vez una película distinta, por insulsa que sea (aunque eso no quite que odie con todas mis fuerzas a Oliver Stone, por supuesto). Cuando por fín me decida a visitar a Diego, me encantará con él bajar de casa, cruzar la calle y entrar en la filmoteca. Ahora mismo me han entrado ganas de ver "El fantasma y la Sra. Muir".

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