180º

Sin ser consciente, Kim Ki-Duk ha plagiado mi concepción de los ciento ochenta grados. Es difícil ahondar en el tema sin desvelar parte del asombroso final de la magnífica "Hierro 3", penúltima película del hiperactivo director coreano, que con "Primavera, Verano, otoño, invierno y primavera" aún en cartel y calentitos los estrenos de "Hierro 3" y "Samaritian Girl", presentaba esta semana en Cannes, fuera de concurso "Hwal", este sí, su último trabajo. Ciento ochenta grados. Es el radio de visión que puede abarcar el ojo humano, incapaz por mucho que esfuerces la retina, de ver que tienes justo detrás de tu espalda. En este mismo instante, mientras escribo estas líneas, estoy indefenso. No puedo saber que o quien se esconde detrás de mí. Quizá pueda sentirlo, pero sólo si llego a un determinado nivel de concentración y silencio. Algo de todo esto; de fantasmas, de inseguridad y también de infelicidad habla "Hierro 3". Ahora lo del plagio. Durante una etapa de mi improductiva carrera como escritor, me dio por utilizar los ciento ochenta grados de Kim Ki-Duk para trasladar a los protagonistas de mis relatos a un espacio alternativo, a miles de kilómetros de lugar real donde comían, vivían, dormían o vomitaban. Ciento ochenta grados que en realidad viene a ser un universo entero y que puede estar a tan sólo unos centímentros de tu lado. "Hierro 3" hace referencia a uno de los palos con los que se juega al golf, deporte que practica el protagonista de la película, aunque por motivos muy particulares, y que viene a ser el menos usado por todos los jugadores. A través de esta sutil metáfora, Kim Ki-Duk disecciona las necesidades de nuestra sociedad de consumo allanando las moradas de una serie de personajes esclavos de sus propias pertenencias, de las que el protagonista de la película, actuando a modo de okupa ocasional, trata de liberarlos. Una película sorprendente desde su concepción y fascinante en su ejecución y en sus silencios que indaga en los mundos paralelos que gravitan a nuestro alrededor y que esos ciento ochenta grados nos impiden descubrir.

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